La mayoría de vosotros conocéis y habéis disfrutado mi pasión por la comida y por la cocina. Desde muy pequeño disfrutaba viendo a mi abuela y a mi madre entre pucheros, ayudándoles a preparar todo tipo de cosas. La cocina de mi abuela más tradicional, heredera fiel de la tradición sefardí, mientras que mi madre ampliaba el recetario con aportaciones de todo tipo, desde el Meat Loaf de mi tía Hava hasta las salchichas suecas de Einas y por supuesto toda la repostería que os podáis imaginar (tortitas, bizcochos, pasteles, trufas...)
Eso sí, todos los que nos rodeaban veían en ellas a dos grandes maestras. Siempre recordaré las llamadas de mis tíos desde Córdoba para pedir a mi madre la receta del "Arroz de Tía Sol", un sencillo arroz blanco que mi madre convertía en mágico con su buen hacer.
Sin embargo, aunque crecí entre fogones, nunca aprecié realmente el placer de cocinar. Muchas veces era más un pinche que un cocinero y al final uno se cansa de pelar tanta patata y zanahoria. En cualquier caso, tenía mis pequeños territorios: los pancakes, los aliños de las ensaladas, cualquier tipo de pastas... poco a poco iba convirtiendo algunas cosas en exclusiva del Chino en la cocina familiar.
Cuando me fui a vivir solo, llegó el tedio de cocinar para alimentarme. Mi madre intentaba convencerme de que me alimentara a base de Tuppers, pero yo me resistía en un absurdo intento de reforzar mi independencia. Pero también llegó el mágico momento de las celebraciones en casa, la posibilidad de reunir a los amigos alrededor de una mesa con una cocina cercana rezumando olores. Ahí fue el momento en que empecé a atesorar cacharros, instrumentos de todo tipo y sobre todo, libros. Me he convertido en una especie de consumidor obsesivo-compulsivo de todo lo que tenga que ver con la cocina y J. lo sufre cuando salimos de tiendas, especialmente cuando estamos fuera de España, donde hay verdaderos grandes almacenes dedicados a esto en exclusiva.
La tercera fase de este proceso llegó con J. Ahí empezó el día a día de verdad. Cuando ya no hay que cocinar para uno sólo sino que hace falta llenar otro estómago y encima apetece hacerlo bien, ya no vale con la cocina de supervivencia. Aquí se impone cuidar un poco más el recetario. Cuando diseñamos nuestra primera casa juntos (el originario Garaje Rojo) la cocina se convirtió en el centro de la casa. Conseguí un espacio envidiable en el que moverme, con sitio para explayarme y disfrutar a gusto de este pequeño placer. Además, en medio de todo esto, se cruzó en mi camino Iria Castro. Un día fui a su tienda a comprar algo (creo que unos biberones de cocina) y acabó liándome para que me apuntara a sus clases. Con ella conseguí pulir mi arte y desde luego subir muchos escalones. Pasé de fajitas y woks a cocinar foies, terrinas y todo tipo de exquisiteces muy vistosas y muy elaboradas.
¿Problemas? hasta hace poco, esta era una pasión que vivía en silencio. Descubrí a un apasionado cercano con quien compartir todo esto pero me temo que aún me queda camino por recorrer hasta llegar a sus vacíos y nitrógenos, pero todo se andará JL.
Sin embargo, este fin de semana, alguien ha osado retarme. El sábado me llevé una grandísima sorpresa con una cena a la que fuimos invitados. Algo me habían comentado sobre lo bien que cocinaba y sus orígenes vascos me inducían a pensar que seguramente había un pasado parecido al mío. La cena estuvo perfectamente construida, no dejando ni un detalle al azar. Desde los aperitivos a la guarnición del salmorejo o la presentación de la merluza. Sólo hubo un torpe que cortó los trozos de kiwi demasiado pequeños, pero por lo demás... ¡¡hasta había Gosokis para las copas!! Todo estaba planeado y cuidado, pensando siempre en que lo disfrutáramos al máximo.
Lanzo una advertencia, desde esta mi humilde tribuna (que no se si conoces). Reconozco que esta vez has ganado tú, pero la guerra no ha hecho más que empezar y sólo espero que haya muchas más batallas en las que enfrentarnos a cara de perro. Te espero en la próxima.
lunes, 30 de marzo de 2009
Creciendo entre fogones
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3 comentarios:
Os acordais de la famosa guerra de los fogones¡¡, fue una controversia surgida a raíz de la publicación de un libro de Santi Santamaría, donde arremete contra la cocina de Ferrán Adrià...fué una pequeña y mediática guerra... Esto no se acerca a guerra ya que teniendo en cuenta y sobretodo partiendo de la base que simplemente tú eres el cocinero y yo un simple aprendiz de pinche, asi que espero aprender no de de ellos, si no de tí que sé de muy buena tinta que no tienes nada que envidiarles,la próxima cuando quieras maestro¡¡¡
Aunque aprendí una cosa en aquella cena,no es la comida, la presentación o el vino lo mejor de una cena,sino la compañia¡¡¡ Por ello gracias.
Todos a las trincheras!!!. Algo me dice que, efectivamente, ésto no ha hecho más que comenzar!. Tu J. y yo mismo, estamos encantados con esta lucha por el colador y la tabla de cortar. Nuestros estómagos os están eternamente agradecidos.
Por cierto....voy a obviar lo del kiwi!!!!!!!
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